Ella no llama la atención a primera vista. Es una chica normal en una tarde normal. Con su bolso y sus zapatos de tacón recorre la parte antigua de la ciudad. Expresión neutra en la cara y paso sutilmente acelerado.
Yo camino por la misma calle que ella, en la misma dirección que él. Mirando cada cosa que hay a mi alrededor. Nunca ser observadora fue tan gratificante. Me encuentro a algo así como dos metros de él y puede que a unos tres y medio de ella. Los tres caminamos en sendas direcciones. De pronto, sucede. Están a punto de cruzarse. Levantan la cabeza. Ella lo mira a él. Él la mira a ella. Ambos sonríen y se sonrojan. Rápidamente, apartan las miradas. Ella se mira las puntas de los zapatos y él intercambia una mirada con su amigo perruno. Yo sonrío... En días como hoy, me alegro de volver a casa por el camino largo. Pensándolo, no es más que una tontería, una casualidad. Una casualidad que me hace sonreír. Quién sabe...puede que se vuelvan a cruzar. Puede que no. O puede que, en algún momento de sus vidas, recuerden ese encuentro fugaz que duró un segundo. O puede que solo uno de los dos lo haga. O puede que ahora mismo ya no recuerden que ha ocurrido. Lo que sí es cierto, es que compartieron un instante, tuvieron un momento. Y si se atreven a borrarlo de su memoria, yo lo guardaré y dedicaré un trocito de mi tiempo a imaginar qué pasó después.
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