domingo, 3 de marzo de 2013

Pedazos.

    Lugares que no son lugares. Cosas que son, pero no son; que pasan, pero no pasan. Fenómenos naturales que suceden, pero no suceden. Sí, parece contradictorio. De hecho, lo es. Pero creo no ser la única loca que ha vivido esa clase de situación. Quizá deba poner ejemplos. 
   
    Pongamos por caso un bar. Digamos que acudes a ese bar con frecuencia. Conoces a los camareros y reconoces la gente que, como tú, ha hecho de ese bar un sitio de parada obligatoria. Te sabes la carta prácticamente de memoria, incluidos los precios. Pero, un día, ese bar cambia de dueño. La carta no ha sufrido variaciones a penas y tampoco la decoración. Pero el primer día que vas, después de ese cambio, no conoces a los camareros ni reconoces a la gente que está allí haciendo lo mismo que tú. Es el mismo lugar: no ha cambiado la ubicación, ni el tamaño, ni el mobiliario, ni la máquina de café. Pero no sientes que sea el mismo lugar. Quizá solo falta esa camarera simpática que se paraba a hablar contigo. Pero algo ha cambiado. Ya no es ese bar, ya no es tu bar, no lo reconoces como el bar donde has pasado tantas horas. Podrías salir a la calle y encontrarte en una ciudad distinta y no te extrañaría, porque, de hecho, es un bar distinto, para ti lo es. Es un lugar sin lugar.

    Pasemos a una situación cotidiana. Como cuando cada día esperas el metro con un amigo, siempre a la misma hora, y, en algún momento de la conversación, siempre acabáis hablando de que una luz parpadea, siempre la misma luz. Una vez lo hicisteis y, a partir de ahí, lo habéis hecho siempre que esperabais. Siempre la misma luz. Un día tu amigo no acude a vuestra cita diaria con el transporte público. La luz sigue ahí, la misma luz que ayer. Pero tú no la ves, o no te fijas, o la ves pero te parece que no parpadea igual. Por índice de probabilidad, si lleva meses parpadeando de la misma forma, también lo hará hoy. Pero hoy estás solo, no hay nadie que te hable de ella, luego, no está (o no parpadea igual, o lo que sea). Siempre hablas con él de esa luz pero, si él no está, la luz no está. No es. No pasa.

   Por último, un recuerdo. Una tarde de lluvia con tus padres. Tomando un chocolate en una terraza, viendo llover, oyendo llover, hablando de lluvia. El frío y la humedad quedan fuera, te invade esa sensación de calor y cariño. Hablas de cuánto te gusta que llueva, de cómo huele la calle y del brillo que parece instalarse en las hojas de los árboles. Sí, en ese momento, te encanta la lluvia. Es como un descubrimiento, como si hubieses pasado años viendo llover sin saber qué es la lluvia. A partir de ese día, siempre que llueve, sonríes y piensas en tus padres y en chocolate. Nunca hay un día lo suficientemente gris como para que no sonrías. Está decidido, adoras la lluvia. Pero un día te vas lejos y añoras los cuidados paternos. De repente, llueve. Y sí, sabes que es lluvia, porque te mojas, pero no es la lluvia que descubriste, la lluvia que conocías, la que te hacía sonreír. En tu parte meteorológico particular, ese hecho no existe, no sucede.

    Lo que hace que un lugar deje de ser "ese lugar", o que una cosa deje de ser "esa cosa", o que un suceso natural deje de ser "ese suceso", suele ser una persona. No, "esa persona". Un conocido con el que pierdes el contacto, un amigo que ya no es amigo, un familiar al que echas de menos, un amor que se fue. Es cierto, asociamos todo tipo de cosas a todo tipo de personas, y, cuando "esas personas" no están, las cosas no existen. O sea, sí, existen, pero no las reconoces como tales. A veces no nos damos cuenta de cuánto aporta cierta persona a nuestra vida hasta que no está y nos toca seguir haciendo lo mismo de siempre, pero sin ella. Hemos perdido (en mayor o menor grado) a una persona que hacía que algo fuese diferente. Pero no solo eso. Hemos perdido una parte de nosotros mismos. Una parte que, probablemente, se ha ido con ella. Con él. Con quien se ha ido. Y ,cada vez que alguien se va, no solo tenemos que despedirnos de ese alguien, también de "esa parte" de nosotros que no volveremos a ver si ese alguien no vuelve. Estamos hechos de pedazos. Pedazos que van y vienen. Pedazos que no solo son nuestros. Y vivimos regalando pedazos. Sí...estamos hechos de pedazos. 

domingo, 6 de enero de 2013

Miradas que valen la pena

Él no tiene más que un perro y una mochila. Sin hogar y sin mucho dinero. Parece que vaga sin rumbo mientras su fiel compañero lo sigue a buen ritmo. No mira nada ni a nadie. Tiene fija una leve sonrisa en el rostro por motivos que no sabría explicar.

Ella no llama la atención a primera vista. Es una chica normal en una tarde normal. Con su bolso y sus zapatos de tacón recorre la parte antigua de la ciudad. Expresión neutra en la cara y paso sutilmente acelerado.   

Yo camino por la misma calle que ella, en la misma dirección que él. Mirando cada cosa que hay a mi alrededor. Nunca ser observadora fue tan gratificante. Me encuentro a algo así como dos metros de él y puede que a unos tres y medio de ella. Los tres caminamos en sendas direcciones. De pronto, sucede. Están a punto de cruzarse. Levantan la cabeza. Ella lo mira a él. Él la mira a ella. Ambos sonríen y se sonrojan. Rápidamente, apartan las miradas. Ella se mira las puntas de los zapatos y él intercambia una mirada con su amigo perruno. Yo sonrío... En días como hoy, me alegro de volver a casa por el camino largo. Pensándolo, no es más que una tontería, una casualidad. Una casualidad que me hace sonreír. Quién sabe...puede que se vuelvan a cruzar. Puede que no. O puede que, en algún momento de sus vidas, recuerden ese encuentro fugaz que duró un segundo. O puede que solo uno de los dos lo haga. O puede que ahora mismo ya no recuerden que ha ocurrido. Lo que sí es cierto, es que compartieron un instante, tuvieron un momento. Y si se atreven a borrarlo de su memoria, yo lo guardaré y dedicaré un trocito de mi tiempo a imaginar qué pasó después.

Perdamos la cabeza


- El problema es que usas demasiado la cabeza.
- ¿ Desde cuándo es eso malo?
- Desde el momento en que pones la razón por encima de tus deseos.
- Es imposible vivir de otra forma.
- Discrepo.
- ¿Cómo lo harías tu?
- Es muy sencillo. Se trata de buscar en lo más profundo de ti mismo, de buscar la parte animal de ese animal racional que eres. Se trata de guiarte por instintos y, sobre todo, por deseo. Hablo de sentir y dejarte llevar. Para mi, ese es el camino más directo a la felicidad. Tu deseo te hará feliz, sin necesidad de nada más.
- Puede convertirse en problemas en el futuro.
- ¿Para qué pensar el el futuro?
- Porque el futuro es inevitable.
- El futuro es algo incierto. No hay forma de saber si tendrá lugar. Olvídate de ese futuro, inexistente por el momento, y se feliz en el presente.
- De ese modo, mi felicidad será tan efímera como el tiempo.
- No lo entiendes. Es una cadena. Una cadena de deseo y pasión. Si tu vida se basa en hacer lo que quieres hacer, lo que realmente deseas en cada momento, solo puedes ser eternamente feliz.
- Tu teoría se basa en no pensar, en no hacer uso de la razón, en tirar por los suelos una evolución que ha durado siglos. No creo que eso esté bien...
- Al quemar la razón, el bien y el mal arden con ella. Las cosas dejan de estar bien o mal y el deseo pasa a ser el único motivo. 
- Para mí, no es suficiente.
- Para mí, lo es todo.
- Mi cabeza y mi razón te demostrarán que te equivocas.
- Mi deseo hará que pierda la cabeza.
-  ¿Y qué harás cuando pierdas la cabeza?
- Ser feliz.